UNA FOTOGRAFÍA POST MORTEM, PIEZA DEL MES DE NOVIEMBRE 2015
- administrador
- noviembre 3, 2015
En 1839, poco después de que naciera la fotografía en París, en plena época victoriana, retratar muertos se convirtió en una de las prácticas más populares en varios países del mundo.
Este tipo de imágenes fueron de las más habituales desde mediados del s. XIX hasta los años 80 del s. XX. Fotografiar a los muertos era una parte más del rito funerario.
Hoy en día nuestra imagen está sobreexpuesta. Todo el mundo tiene una cámara de fotos o un móvil o dispositivo que permite captar imágenes en cualquier lugar y momento, y subirlas a una red social en tiempo real, pero en aquella época hacerse un retrato estaba sólo al alcance de unos pocos. Lo normal era que no hubiera otras representaciones del difunto antes de morir por lo que se realizaban in extremis para incluirlo en el álbum familiar, como un culto a la memoria.
En el caso de los adultos, además podía cumplir otra función: demostrar el fallecimiento. Como un documento notarial por temas de herencia o para demostrar los gastos del sepelio, sobre todo si los herederos estaban disgregados.
Si el difunto era un niño o una persona muy joven se pretendía contar con un recuerdo de su existencia. La familia preparaba una escenografía casera más o menos elaborada en función de sus recursos, más blanca y dulcificada que la de los mayores. Se intentaba incluso divinizar el momento reproduciendo a los pequeños aparentemente dormidos (tumbados sobre una cuna, cama o cochecito), simulando una ascensión a los cielos (recostados y rodeados de flores, imágenes religiosas y crucifijos) o como niños altares dentro de sus ataúdes.
Una fotografía de este tipo es la que se muestra este mes en el Museo. Se trata de un niño de corta edad, aparentemente adormecido, recostado sobre un coche de mimbre y rodeado de flores. Fue donada al Museo por D. Francisco González Santana en el año 1991.
Durante esta época, las personas que se encargaban de realizar este tipo de fotografías fueron muy cotizadas. Era todo un arte en pleno s. XIX y muy común leer en los diarios de mayor circulación anuncios que decían: “Se retratan cadáveres a domicilio a precios acomodados…” o “artista fotogénico” recién llegado de París, que se encarga de “retratar a los difuntos como cuadros al óleo”.
Como dice Virginia de la Cruz, autora del libro “El retrato y la muerte: La tradición de la fotografía post mortem en España”, nuestros antepasados tenían una relación más natural con la muerte que nosotros. Las personas fallecían en su casa y allí mismo era donde se velaba el cuerpo. Antes la tasa de mortandad era mayor, por lo que frecuentemente se producía una o varias pérdidas en la familia, sobre todo en el caso de los niños, pero en el momento en el que empieza a haber medios para alargar la vida, comenzamos a apartar la muerte de nuestra existencia y a verla como un tabú.