Un reclinatorio es un pequeño mueble de rezo a modo de silla de cuatro patas no muy altas. Tiene dos funciones, según su colocación: situándolo delante sirve para arrodillarse, mientras que girándolo y colocándolo detrás sirve para sentarse.
Se compone de una parte superior para reposar los brazos, un asiento y una pieza acolchada, en la parte inferior, sobre la que apoyar las rodillas.
El que exponemos es de madera clara con asiento abatible de rejilla de colmena. Dispone de una zona acolchada de terciopelo rojo en la parte superior, donde se apoyan los brazos, así como otra, en la parte inferior, para las rodillas. En el respaldo figura una cruz de silueta recortada sobre peana. Perteneció a Carmen Díaz tal como lo indica una placa en la parte trasera del mismo.
Normalmente eran portados por mujeres que los llevaban a la iglesia ocupando su propio sitio dentro de ésta, pasando, posteriormente, a permanecer en ella evitando tener que trasladarlos.
Los había con más ornamentos y decoración, propios de las clases pudientes, mientras que los más modestos tenían un asiento de anea cubierta por un almohadón y el apoyabrazos sin acolchado.
A lo largo de la historia la Iglesia ha tratado de caracterizar el momento de la Comunión y Sacramentos con suma dignidad procurando que todos los fieles tengan la posibilidad de recibir el Cuerpo de Cristo con la dignidad merecida.
Así, además de usarse en la Comunión, estos muebles se empleaban en la Consagración, en la Confesión, etc.
Antes era un objeto muy habitual en las iglesias, pero, como tantos otros elementos y costumbres, poco a poco está pasando a ser una imagen esporádica, una reliquia del pasado.
Fue donado al Museo por Francisco Borrallo González en el año 2011.