Aunque la incubadora en sí nace a mediados del XIX, mucho antes el pueblo egipcio empleaba hornos soterrados (mamals), en los que se colocaban huevos de aves a una temperatura constante; tras una espera de veintiún días, nacían las crías.
Desde el siglo XVIII, en Europa, se desarrolló la investigación sobre la incubación artificial. Así, el francés Reaumur se interesó por el calor de hornos especiales y por el que desprende el estiércol de cuadra. A mediados del siglo XIX surgieron diferentes tipos de incubadoras.
Parece ser que la primera incubadora artificial llega a España en 1877. A principios del siglo XX, alcanzan gran apogeo en nuestro país las hidroincubadoras; En esencia no eran más que cajas calientes, mediante un depósito de agua, en las que se mantenían los huevos a la temperatura de 40º. Las pequeñas incubadoras podían ser calentadas a base de aire o de agua caliente, con calefacción por petróleo, por gas y por corriente eléctrica. En su interior existía un depósito de zinc, que se aislaba de la caja mediante serrín; los huevos se depositaban sobre una pieza de madera, y próxima a ella un termómetro. En la tapadera de la caja se reconoce un pequeño vidrio que permite ver lo que ocurre dentro de ella.
El aparato funcionaba llenando de agua caliente el recipiente de zinc; el termómetro debería alcanzar los 40º. Todos los días había que darle la vuelta a los huevos, al tiempo que se sustituía una parte del agua que se enfriaba por otra hirviendo. La finalidad era mantener la temperatura constante.
La incubadora que se exhibe es de la marca THE BUCKEYE INCUBATOR COL-SPRINGFIELD. O. USA Funcionaba como hidroincubadora; producía el calor necesario a través de un circuito de agua caliente que partía de una tubería instalada dentro del cajón. Dicha tubería se calentaba con petróleo que ardía en un recipiente situado a la derecha del cajón.