El consumo de nuestro tiempo hace impensable la idea de arreglar, enmendar, reconstruir o reutilizar utensilios deteriorados. La transición de una economía de miseria y autosuficiencia a una capitalista fundamentada en el consumo ha hecho que dejara de ser rentable arreglar, porque el nuevo sistema podía producir y comprar para progresar.
Desde los años 50 del pasado siglo, ha sido tanta la evolución y modernización de la sociedad, que muchos oficios y tradiciones que durante años fueron imprescindibles para el desarrollo y normal desenvolvimiento de las gentes, hoy nadie practica y posiblemente quedarán desconocidos para las nuevas generaciones.
Uno de estos oficios es el de lañador, llamado así porque ponía lañas, que eran unas grapas de hierro que se utilizaban para unir las partes rotas de algún cacharro de barro o loza fina. Los bordes de estos trozos fracturados se limpiaban y se recomponía la forma original de la vasija. Se hacía un orificio en cada lado de la fisura y se introducía la grapa que, una vez tensada y con la aplicación de cal grasa que fraguaba rápidamente, permitía el uso normal de la pieza. Se colocaban tantas como fueran necesarias, según la longitud de la grieta.
Los orificios para colocar las grapas se hacían con un taladro llamado taladro de inercia, de lañador o de bailarina.
Este mes se puede ver en el Museo uno de estos taladros de lañador. Consiste en una varilla que ensarta una especie de repión con punta metálica, a la vez que atraviesa una tabla dispuesta perpendicularmente a dicha varilla. Una cuerda se fija a cada extremo de la tabla, pasando por un orificio dispuesto en la parte superior de la varilla. La cuerda se enrosca en torno a ella. Cuando se presiona el mango hacia una superficie sobre la que se apoya la varilla, la cuerda enroscada se desenrosca y la hace girar. Cuando casi está desenrollada la cuerda, se deja de hacer presión, y la cuerda vuelve a enroscarse, esta vez en el sentido contrario. Una nueva presión vuelve a desenroscar y provoca un nuevo giro en la varilla, esta vez también en el sentido contrario (un sistema basado en al inercia del giro que permite enrollar y desenrollar con mínimo esfuerzo, como ocurre con un yo-yo). Con la suficiente destreza se puede conseguir que la varilla no deje de girar en un sentido y otro, y se consiga así perforar con precisión en los utensilios de cerámica.
Los artesanos construían estos taladros fundamentándose en su manejo y en su intuición, sin que hubiera tamaños específicos que respetar en su construcción.
Dicen que los trabajos lañados duraban toda la vida, y si volvían a romperse, no lo hacían por la grieta lañada.
Esta pieza fue cedida por Natalio Sández Silva en el año 2014.