Desde siempre, el hombre ha empleado toda clase de medios para lograr una barba arreglada. Quitarse el pelo de la misma parece haber sido un deseo desde los más remotos orígenes, y los arqueólogos han encontrado pinturas rupestres que representan a hombres con y sin barba. Además, en muchos yacimientos se han encontrado conchas marinas y pedernales afilados que fueron las primeras cuchillas de afeitar.
Para los egipcios una cara bien afeitada era símbolo de categoría social, de hecho en las tumbas se han encontrado utensilios destinados a este fin. En Roma existían esclavos especializados en depilar. Los griegos encontraron en un cuerpo liso y sin pelo un ejemplo de belleza, juventud e inocencia.
La navaja recta fue el instrumento de afeitado durante siglos. Irritaba mucho la piel y provocaba muchos cortes. En el siglo XVIII y primera mitad del XIX se sucedieron una serie de navajas con protección de seguridad.
La primera y verdadera máquina de afeitar la inventaron los hermanos Kampfe en 1888. Protegía la cuchilla del contacto excesivo con la piel. Eran afeitadoras grandes y pesadas, y costaban tanto que cuando la cuchilla perdía el filo, no se tiraba, sino que se afilaba.
King Camp Gillette (1855-1932), empresario estadounidense, mejoró los diseños anteriores inventando, en 1895, la maquinilla de afeitar de cuchilla mucho más delgada y desechable, motivado por el empresario e inventor William Painter, quien le ofreció un sabio consejo: “fabrica algo que se use y se tire, y los clientes siempre tendrán que volver por más”. Esa cuchilla, que le costó 6 años crear, era de acero, afilada por ambos lados, se usaba varias veces antes de perder su filo y, después, se desechaba. También trabajó en la maquinilla en la que se insertaría dicha cuchilla. El diseño incluía varias piezas que formaban un cabezal y un mango para poder cogerla y sujetarla.
Al principio, los hombres eran reticentes al nuevo invento del señor Gillette, vendiendo, el primer año (1903), tan solo 50 maquinillas, pero, poco a poco, fue introduciéndose en casi todos los hogares, llegando a vender en pocos años varios millones de unidades.
La Primera Guerra Mundial sirvió para lanzar definitivamente su invento, debido a que el gobierno de Estados Unidos adquirió para sus soldados en el frente 3,5 millones de maquinillas y más de 32 millones de cuchillas.
La gran depresión de 1929 se llevó su imperio económico a la quiebra. El inventor murió frustrado en 1932. Su nombre, sin embargo, quedó, hasta convertirse casi en sinónimo de la hoy imprescindible afeitadora.
El Museo este mes quiere mostrar una sencilla máquina de afeitar de hojas desechables de los años 40, de la marca Mezquita. Se presenta desmontada en un pequeño estuche de metal cromado y se acompaña de una cajita rectangular donde se guardaban las cuchillas, que no conserva.
Fue donada al Museo por Francisco González Santana en 2011.