A pesar de todas las limitaciones que pudieran tener en cuanto a conocimientos científicos y a barreras morales, los ginecólogos del siglo XIX realizaban verdaderas hazañas quirúrgicas.
Para ello contaban con una serie de instrumentos médicos, algunos de los cuales son totalmente reconocibles hoy en día y otros completamente impensables.
En ocasiones los partos se complicaban, produciéndose el fallecimiento del bebé o de la madre y en algunas desgraciadas ocasiones de los dos.
Cuando en el parto se comprobaba que el feto había fallecido, se utilizaba el Basiotribo de Tarnier, probablemente uno de los instrumentos más macabros en la práctica de la medicina. Se empleaba para facilitar la extracción del feto fallecido en el interior de la madre. Se componía de tres ramas articulables: una rama media (perforador) destinada a perforar el cráneo del feto, y dos ramas en forma de fórceps, reunidas por un tornillo, cuya misión era aplastar la bóveda y la base del cráneo del feto, de forma que disminuyera su volumen y saliera más fácilmente por el canal del parto.
Este instrumento fue presentado el 11 de diciembre de 1883 en la Academia de medicina de París por Stéphane Tarnier (1828-1897), de ahí el nombre de Basiotribo de Tarnier.
En la actualidad no se utiliza. Hoy en día hay métodos farmacológicos menos traumáticos para la expulsión del feto. La fractura de los huesos fetales, en especial los del cráneo, implica la formación de fragmentos con bordes muy cortantes que podían producir graves lesiones en el útero, especialmente en el cuello si no está suficientemente dilatado, produciendo heridas en el tejido y en los vasos sanguíneos con el consiguiente riesgo de hemorragia que podía acarrear la muerte de la madre.
En una época en la que la cesárea era prácticamente una condena a muerte de la gestante, la extracción del feto muerto por la vagina, que podemos hoy considerar como monstruosa, era la última posibilidad de supervivencia de una mujer que tenía un algo riesgo de morir en el parto.
Esta pieza fue donada en 2004 por Rafaela S.-Vizcaíno Romano.