La historia del helado se remonta a muy antiguo. Parece ser que ya lo conocían en China y de aquí pasa a Turquía y Arabia. Llegó a Europa por el sur de Italia, atribuyéndose a Marco Polo el haber divulgado en este país una receta para su preparación al regresar de uno de sus viajes al Lejano Oriente.
Con la llegada del estío, era frecuente que los comercios y heladeros ambulantes vendiesen helados que ellos mismos fabricaban. En el siglo XVIII ya existían heladeras, utilizadas, en muchos casos, hasta finales de la primera mitad del siglo XX.
El objeto en sí constaba de dos partes que encajaban a la perfección: un cilindro de metal y un cubo de madera. El diámetro de aquél era inferior al del cubo de madera para que en el espacio entre ambos recipientes se pudiera echar hielo triturado y sal; la finalidad de ésta, según comentaban las personas mayores, era que el hielo tuviese más fuerza para helar.
En el cilindro metálico se mezclaban los ingredientes para hacer el producto. Este recipiente llevaba dentro un juego de aspas que se movían con una manivela acoplada a la tapa; al girarlas, batían y congelaban la mezcla, dándole una textura cremosa sin agujas de hielo.
El helado tradicional se hacía con leche endulzada y aromatizada combinada con frutas, que se batían hasta conseguir sus sabores característicos. Su elaboración no era sencilla, ya que era imprescindible disponer de nieve, difícil de conseguir y conservar de no ser por los pozos de nieve, como el que se conserva en nuestra localidad, próximo a la Charca.