Los filtros de agua eran piezas de cerámica vidriada ricamente decorada. Constaban de dos partes: el depósito y el susodicho filtro; en aquél se recogía el agua filtrada. Llevaba un grifo en la parte inferior y una tapadera en la parte superior. Por su parte, el filtro, que iba dentro del depósito, tenía la base semiesférica y perforada por finos orificios a través de los cuales se colaba el agua para almacenarla en la inferior. No iba vidriado, para que las impurezas se adhiriesen a la porosidad del barro.
En el hogar, estos depósitos se colocaban en el salón comedor, bien sobre una estructura de madera, bien sobre una base de cerámica, acompañados de una taza o vaso para beber.
Hasta la década de los años sesenta, el agua llegaba a las casas en las famosas cubas o cántaros que transportaba el aguador, quien la recogía en las fuentes de La Cuerna o de La Rala. Una vez en las casas, dependiendo del estatus social, se conservaba en tinajas, cántaros, botijos o filtros. Éste se empleaba en las casas de las familias más pudientes. En los hogares más humildes el agua se almacenaba en tinajas y se bebía, normalmente, del famoso botijo que también acompañaba las faenas cotidianas en el campo.
El filtro y el botijo tienen la misma función contener y limpiar el agua para beber. Pero ambos tienen además un valor estético y ornamental. En algunos casos se han llegado a convertir en verdaderas obras de arte, muy cotizados en las Casas de Antigüedades.
Los filtros se utilizaron hasta la década de los años sesenta, que caen en desuso por la llegada del agua corriente a los hogares; en Olivenza lo hace en 1963, procedente del embalse de Piedra Aguda, inaugurado en 1956 por Francisco Franco.
El filtro expuesto perteneció a la familia Aranguren García, que lo donó al Museo el año 1994.