Aún no está claro el origen de la lavadora. Se acepta que, a principios del siglo XIX, en Europa occidental, comenzó a difundirse la práctica de meter la ropa en una caja de madera, una especie de tambor, que giraba con una manivela. No obstante, las primeras máquinas para lavar ropa no surgirían hasta 1907. En ese año el norteamericano Alva Fisher crea una lavadora que ya incluía el giro del tambor para evitar el amontonamiento de la ropa.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX lavar la ropa en el mudo rural era un trabajo muy pesado, cuya labor correspondía siempre a la mujer. Éstas solían desplazarse hasta la orilla del río, arroyo o lavadero público para frotarla contra una piedra. En nuestra localidad se frecuentaban los arroyos cercanos de La Charca y San Amaro, y las fuentes de la Rala y Cuerna; en esta última se levantaron dos lavaderos, uno público, otro de la Santa Casa de Misericordia, donde se lavaba la vestimenta de los enfermos en ella acogidos.
También era frecuente que las casas con pozo dispusieran de cucharros de madera, fabricados por los carpinteros locales.
Para blanquearla, la ropa en cuestión se metía en un baño que se tapaba con un paño, que actuaba de filtro, sobre el que se colocaba ceniza; sobre ella se echaba agua. La ceniza se diluía, procurando el mismo efecto de la lejía. Los colores se avivaban con azufre y azulillo, para las prendas de color azul.
La lavadora expuesta es de madera, de forma circular sustentada sobre tres patas. Se accionaba haciendo girar con la mano una manivela que daba vueltas a la ropa dentro del tambor. Tanto la parte inferior como la superior del cajón tienen unas tablillas que actúan de saliente para frotar la ropa, que se metía a capas y mojada con jabón verde hecho en casa. Para desalojar el agua sucia el tambor disponía de un orificio en su parte inferior.
En una de las tablillas superiores se distingue la inscripción: Patented Washer Morrisons Antowerr Belgium.
La llegada a Olivenza de esta lavadora, a principios de 1900, fue fortuita. La persona que donó la pieza, Dª Teresa Piriz, nos ha contado, a sus 83 años, que a su abuela se la dejaron unos inquilinos de origen alemán.