Nuestros pueblos, a lo largo de su historia, han sido eminentemente agrícolas y ganaderos. Los productos que se han obtenido de la agricultura han constituido el sustento de sus gentes y han marcado profundamente el quehacer diario de sus moradores y costumbres tradicionales. En la primera mitad del s. XX se produce un fuerte desarrollo del cultivo de los cereales, al que se destinaba la mayor parte de la tierra. De ellos, el más importante fue el trigo, además de la cebada y el centeno, que se alternaba con el barbecho (práctica muy común antiguamente en la que se dejaba descansar la tierra durante dos años). Antes de 1960 y del desarrollo de la maquinaria agrícola, todo este trabajo en el campo se hacía manualmente apoyado únicamente por algunos aperos que arrastraban las bestias, lo que suponía duras jornadas de trabajo de sol a sol.
Una de las fases del cultivo del cereal es la siega, que tradicionalmente se realizaba a mano. Comenzaba en el mes de julio y precisaba de mucha mano de obra si se quería que la recolección terminase a su tiempo y evitar así pedriscos, incendios y desastres que echaran a perder la cosecha de todo un año. Los segadores estaban organizados en cuadrillas de entre treinta y sesenta hombres, dependiendo de la extensión del terreno.
Son varias las herramientas de los segadores, pero la fundamental era la hoz, de diferentes tamaños y curvaturas. Debía estar muy afilada para dar mayor facilidad y rapidez al trabajo de corte. La mano izquierda se protegía con dediles de cuero que podían ser uno para cada dedo o solamente uno en el que se introducían los dedos corazón, anular y meñique, y otro para el índice, como se ve en la pieza que mostramos este mes, quedando el pulgar al aire para sujetar los lances necesarios hasta completar el haz. Su finalidad es proteger los dedos ante la posibilidad de mutilación de los mismos. Iba sujeta a la muñeca con una cuerda o tira de cuero.
Con los manojos o gavillas cortadas se formaban haces que quedaban dispersos por el terreno. Éstos se reunían en un lugar para facilitar su posterior transporte a la era. Antes de la aparición del carro se hacía mediante mulas que llevaban de 8 a 10 haces sobre las albardas. Una vez en la era, los haces se amontonaban para proceder posteriormente a la trilla, hacia el mes de agosto.
El Museo, exhibiendo esta pieza, quiere rendir un homenaje a tantas cuadrillas de segadores que realizaban esta agotadora labor de sol a sol, sin apenas tregua para el descanso y soportando el riguroso calor del verano.