La industria tinajera en la cultura mediterránea se conoce desde la Edad de Bronce. Los dolium romanos sirvieron para almacenar líquidos y grasas. Con el transcurrir de los siglos, éstas fueron aumentando su capacidad, llegando a sobrepasar las 100 arrobas y, en el último tercio del XIX, las 700.
Para fabricar una gran tinaja, el primer paso era conseguir el barro que se llevaba al cuarto del obrador, donde se hacía el fondo sobre banquetas. Sobre esta tapa, el artesano, tirando del barro, va superponiendo los rollos; cuando la tinaja alcanza cierta altura, se monta un andamio para continuar. Por último, se da forma a la boca. Termina el proceso en el horno, una construcción de mampostería de seis o siete metros de altura, con cúpula achatada de ladrillo. Tras veinticuatro horas cociendo, las tinajas se dejaban enfriar de tres a cuatro días. A continuación se repasaban y fregaban para darles un baño de pez, si su destino era contener vino, o de sebo, si su fin era recoger aceite.
La tinaja que se expuso como pieza del mes, fechada en 1813, fue obra del portugués João Mourato. Ésta ha sido dado de baja al sufrir graves desperfectos. La que mostramos, similar a la anterior, de forma esférica, presenta la fecha de 1815 y una cinta incisa que recorre su cuello. Se empleó para fermentar el vino.
Olivenza fue importante centro de alfarería, cuyo gremio se localizaba en la rua dos Oleiros, actualmente Díaz Brito.