El café no es un alimento básico. Su consumo habitual después de la comida se remonta tan sólo al s. XIX, entre la burguesía y la aristocracia. En esta época aparece también como acompañamiento de la leche en el desayuno. Sorprende comprobar cómo en el mundo rural esta dieta tan común en nuestros días se retrasa hasta entrado el s. XX.
Sea por su relativa novedad o porque su consumo no es imprescindible, el café se ve como un pequeño regalo que nos damos a diario, un buen pretexto para la tertulia, la charla y el debate.
El café, como otros productos coloniales, se adquiría en los comercios de ultramarinos. Desde el s. XIX, cuando se generalizaron aquellos, ya hubo establecimientos especializados exclusivamente en el tueste y venta de café. En estos comercios se tostaban los granos llegados de América o África en calderas de hierro de forma esférica o de tambor que se hacían girar sobre un fuego de carbón o leña para asegurar un tueste uniforme. El procedimiento se mantuvo hasta principios de siglo y sigue hoy vigente, salvo que se han modernizado los materiales y el combustible, y el tueste se hace en fábricas fuera del punto de venta, donde también se envasa el café para su distribución.
No obstante, también había pequeños tostadores como éste que mostramos. Reproducían en miniatura el mecanismo de las grandes calderas y hacían girar sobre las brasas unos tamborcillos con la cantidad deseada de café, que luego se guardaba cuidadosamente en latas. En este caso, la pieza expuesta lleva incorporado el brasero o depósito para el carbón. Existen otros modelos que se colocaban directamente sobre la lumbre.
El café adquirido en el comercio podía ser molido en el momento si el comprador lo pedía. Con él se hacía una infusión añadiéndolo al agua que acababa de hervir en un puchero y dejándolo reposar durante un rato para servirlo en una cafetera o en la taza directamente y filtrándolo con un colador de tela de forma cónica.
El resultado es una bebida negra, amarga, caliente y estimulante, que se endulza al gusto con azúcar, se toma sólo o se acompaña con leche, y a menudo sirve de excusa para degustar pastas, dulces y bollos. El café ha generado un sinfín de objetos y mobiliarios exclusivamente relacionados con él: desde el juego de tazas donde se sirve y consume hasta el local que también lleva su nombre.