El origen de la hojalata se remonta a la Baja Edad Media. Hay constancia de que en el 1240 en Bohemia (Alemania) ya se usaba para hacer utensilios, que eran muy apreciados por sus propiedades anticorrosivas. Pero hay que esperar al siglo XIV para que comience la evolución del producto, hasta llegar a la forma en que es conocido en nuestros días.
La concesión a Nicolás Appert en 1810 del premio de 12.000 francos convocado por el gobierno francés, destinado a quien descubriera un método de conservar los alimentos y poder suministrar al ejército comida en buen estado durante las campañas, marca el inicio de la industria de las conservas en el mundo. Su método consistió en poner carne, fruta, vegetales y pescado fresco o cocido en botellas herméticamente cerradas, sumergiéndolas en agua hirviendo durante cierto tiempo.
Si la hojalata no hubiese existido, los descubrimientos de Nicolás Appert sobre la conservación de los alimentos difícilmente hubieran tenido una aplicación práctica en el mundo industrializado de mediados del siglo XIX y XX. Así, Peter Durand patentó en el Reino Unido la idea de usar recipientes de hojalata para desarrollar el procedimiento de Nicolás Appert.
Las primeras utilizaciones comerciales fueron para contener galletas y bizcochos, inicialmente de hojalata sin decorar. Fue en 1866 cuando se presentaron en el mercado los primeros envases decorados. El Modernismo se apodera de las serigrafías que se diseñan para el exterior de las cajas.
El Museo expone este mes una caja de principios del siglo XX, decorada en tonos rojos, utilizada por el único empresario español, de Badajoz, que desde 1901 tenía la patente para elaborar café torrefacto.
Se trata de José Gómez Tejedor, quien había escuchado que en Cuba los mineros envolvían los granos de café con azúcar para su mejor conservación. Desarrolló esta técnica e inauguró en Badajoz la fábrica Cafés La Estrella para el tostado del grano de café.
Cafés La Estrella tuvo numerosos reconocimientos en Europa y América, siendo también nombrada proveedora de La Casa Real, como se indica en el envase. En la tapa se observa, además, un señor sentado tomando un café y fumando un cigarro, y sobre él la leyenda Una taza de café superior y un cigarro habano son las delicias del hombre. En los laterales figura el nombre del propietario y la dirección del establecimiento (Muñoz Torrero, 13 y 15, Badajoz).
Esta pieza fue donada al Museo por la familia Garrido Méndez en 1995.