El paso de los años y el consumismo han acabado con oficios que se apoyaban en la reutilización de los objetos. En un tiempo en el que a consecuencia de la globalización han caído en picado los costes de fabricación, la mano de obra encargada de la reparación se ha visto obligada a ajustarse o desaparecer.
Uno de los oficios afectados por esta situación es el de afilador de cuchillos y tijeras. Este trabajador del metal recorría los barrios montado en su bicicleta y haciendo sonar su inconfundible melodía que anunciaba su llegada.
Para ello utilizaba un instrumento conocido como flauta de afilador. Consiste en una tabla de madera, tallada en forma de caballo, a la que se le practican agujeros del mismo diámetro pero de distinta longitud. La cabeza del caballo hace las veces de agarradera y los orificios se encuentran en lo que serían las patas. La afinación del instrumento depende de la longitud de los agujeros, cuando más profundos son, más grave es la nota que producen. Por lo general suele tener entre 10 y 12 orificios.
Hasta no hace muchos años, el afilador transportaba su industria en una bicicleta provista de una estructura plegable sobre la que elevar la rueda trasera de manera que podía pedalear sin desplazarse. Con este pedaleo estático, además de su rueda trasera, mediante un sistema de engranajes y cadenas, hacía girar un torno con el que afilaba aquellos objetos que el roce había desgastado.
Existe la creencia de que el afilador trae buenos augurios y cuando suena la flauta las personas suelen pedir deseos y colocarse algo en la cabeza como ollas y sartenes para que este se cumpla.
Con la exhibición de esta pieza, donada por el oliventino Enrique González González, el Museo ha querido rendir un pequeño homenaje a este oficio que, aunque con modificaciones en su medio de transporte y su sintonía grabada, sigue recorriendo el medio rural.