Cuando una persona está encamada, sin posibilidad de incorporarse, surge la preocupación por administrarle los alimentos de manera confortable y efectiva. A finales del s. XVIII comenzó a usarse un utensilio para este fin que se conocía como pistero.
En 1884, el Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia Española incluye el término pistero y lo define como: “(De pisto, jugo de aves) m. Vasija, por lo común en forma de jarro pequeño o taza, con un cañoncito que le sirve de pico, y una asa en la parte opuesta, que se usa para dar caldo u otro líquido a los enfermos que no pueden incorporarse para beber”.
Aunque el pistero es una vasija de tamaño manejable, de considerable profundidad y destinado a contener algún líquido, tiene unos rasgos específicos y peculiares que lo caracterizan. En primer lugar, el tamaño de la abertura por donde se llena. Esta abertura, que en otras vasijas suele estar completa, y se adapta a la forma del círculo que la conforma, en los pisteros está algo cerrada, generalmente una tercera parte del círculo, para que el líquido no se vierta sobre la persona que lo bebe. La segunda característica es el pitorro, de más o menos longitud, que insertándose en el cuerpo del pistero facilita, mediante un fino chorro, el vaciado del contenido.
Se utilizaba tanto en el ámbito doméstico como en centros sanitarios, ya fueran clínicas, sanatorios, hospitales o asilos. Formaba parte y era del mismo material de la vajilla del centro al que perteneciera. Era frecuente que cada pabellón contara con un solo pistero para todos los enfermos por lo que, una vez utilizado, era lavado y sumergido por la enfermera en una batea con antiséptico, listo para su utilización en el siguiente turno.
Los materiales empleados en su fabricación eran el vidrio o la cerámica vidriada para salvar su porosidad, siendo más frecuente la segunda. En cuanto a la forma, podían ser ovalados, redondos o incluso zoomorfos.