El 21 de septiembre de 1960 se aprobaba por Real Decreto la creación de la Medalla del Trabajo. Su finalidad era “recompensar una conducta constantemente ejemplar en el desempeño de los deberes que impone el ejercicio de cualquier profesión útil habitualmente ejercida por la persona individual o colectiva a quien se concede, o bien en reconocimiento y compensación de daños y sufrimientos padecidos en el leal cumplimiento de ese mismo deber profesional”. En el primer caso la condecoración se denomina Medalla al Mérito en el Trabajo y en el segundo Al sufrimiento en el Trabajo.
El 18 de Julio de 1970, siendo Ministro de Trabajo Licinio de la Fuente, le fue concedida la Medalla de bronce al Mérito en el Trabajo al oliventino Antonio Martínez Falero, entonces con 98 años. Esta concesión tuvo lugar gracias al tesón de su nieto, Antonio Martínez Rodríguez, trabajador en la Delegación Comarcal de Sindicatos, quien luchó durante mucho tiempo para que su abuelo tuviera tan merecida condecoración. Dicha medalla, que no se encuentra entre los fondos del museo, se acompañó de un Diploma acreditativo, el cual ha sido elegido como pieza del mes de junio.
La entrega del galardón fue realizada por D. Federico Alonso-Villalobos Medina, Delegado Provincial de Trabajo. Tuvo lugar en la Huerta de Pablito, ubicada a 1 Km. de Olivenza por la carretera de Puente Ajuda, donde Antonio Martínez pasó la mayor parte de su vida. En ese mismo lugar ofició una misa D. Luis Pérez Rangel y tuvo lugar una comida servida por el bar Pensilvania.
Este hombre, al que el Diario Pueblo apodó como El Azorín Extremeño, nació el 25 de enero de 1872. Comenzó a trabajar en 1888, cuando contaba 16 años. A partir de 1965 y con 93 años no abandonaba la mencionada huerta ni en Navidad. Murió el 31 de diciembre de 1973.
El ser fumador empedernido no le impidió vivir casi 101 años sin padecer enfermedad alguna, tan solo un catarro gripal que curó con algunas inyecciones. Tenía vista de lince, aunque el oído le fallaba. No conocía el cine sonoro. Nunca montó en coche, ni habló por teléfono. La televisión la vio una vez (en casa de una vecina) y se aburrió. Desconocía el fútbol. El único espectáculo que le gustó, alguna vez, fue la fiesta de los toros.
Este personaje, que tuvo doce hijos aunque no le vivieron todos, no sabía leer ni escribir: solamente aprendió a trabajar