Desde tiempo remotos el ser humano ha utilizado el fuego para calentarse en los fríos días de invierno; a su alrededor se han ido agregando dispositivos para mejorar el rendimiento y también la estética, pasando desde una hoguera hasta los más sofisticados sistemas modernos.
Los arquitectos romanos crearon el primer sistema de calefacción central: el hipocausto. Consistía en una cámara de aire sobre pilares de ladrillo, oculta bajo el pavimento, que junto a un circuito de tubos de barro cocido, incrustados en las paredes, distribuían por radiación el calor que se producía, mediante combustión, en un horno exterior o subterráneo. Este método se utilizó en las termas pero también en las casas de familias adineradas romanas, y de él son herederas las llamadas glorias que continúan en uso hoy en día, o las más revolucionarias instalaciones de calefacción radiante.
Durante la Edad Media estos medios complejos cayeron en desuso, adquiriendo mayor popularidad los grandes hogares situados en el centro de las estancias. Algunos de éstos tenían una gran pared de arcilla y ladrillo, que absorbía calor y volvía a irradiarlo cuando el fuego del hogar empezaba a apagarse.
A partir de la Revolución Industrial, la calefacción doméstica experimentó un gran avance con la introducción del vapor, que era conducido a través de tuberías en un efecto similar al hipocausto. Sin embargo, fue un recurso restringido a edificios públicos y grandes mansiones, por lo que en las casas del ámbito tradicional, que es el que nos ocupa, debían ingeniárselas con otros métodos.
En todas las casas existía un hogar situado en la cocina que proporcionaba a esta habitación el mejor sistema de calefacción; el problema era calentar el resto de la vivienda. Ya hemos mencionado las denominadas glorias, aunque a decir verdad pocas casas contaban con este sistema y para calentar las habitaciones se recurría a los braseros. A finales del s. XIX aparecen las estufas de hierro fundido para carbón y leña, que por su mayor seguridad se implantan en el ámbito doméstico y en el público, caso de escuelas y oficinas.
El combustible básico fue la leña, a la que se le une el carbón vegetal, y no es hasta finales del s. XIX cuando aparece el carbón mineral y el gas, y ya en el XX la electricidad.
El momento del día en el que era más importante el calor era el de ir a la cama, ya que introducirse entre las heladas sábanas se nos antoja muy poco apetecible. Para templarlas se empleaba un utensilio llamado calentador que utilizaba los restos de la lumbre o los braseros para su función.
Este objeto, que es el que se expone en el Museo durante el mes de noviembre, es un recipiente cóncavo, por lo general de hierro, cerrado con una tapa perforada que llega a tener una decoración muy elaborada, y provisto de un largo mango. Se llena de brasas y se hace pasar entre las sábanas hasta caldear su interior.