Durante el mes de enero, el Museo quiere rendir homenaje a un oficio nada frecuente en nuestra tierra, pero sí en otros lugares de España como en el Madrid castizo. Se trata del barquillero o persona que vende barquillos, muy popular en el s. XIX y comienzos del XX. Para ello proponemos como Pieza del Mes de enero uno de los juguetes más entrañables de nuestra colección. Se trata de una barquillera de hojalata fabricada por Rico S. A. en 1931.
Es difícil remontarse al origen del barquillo aunque se puede encontrar a principios del cristianismo, derivando directamente del pan ácimo (pan de ángel) que se repartía a los fieles en las iglesias. Desde entonces su composición ha ido evolucionando ligeramente.
Es una hoja plana y delgada de pasta de harina sin levadura, con azúcar y alguna esencia, normalmente canela. La forma del molde adquiría un perfil acanalado similar a un barco, de donde viene su nombre. Con el tiempo cambió al canuto actual, y a los tan usados cucuruchos para helado y tulipas.
El barquillero portaba a la espalda, mediante correas de cuero, la barquillera de hojalata donde se guardaban los barquillos. La función de estos aparatos era, además de almacenar y conservar los barquillos, venderlos de una forma original, ya que el cliente participaba en diversos juegos de azar con la ruleta. Cuando había más de un participante, el que sacaba menor número era el que pagaba todos los barquillos, mientras que si sólo jugaba uno, éste, tras pagar una cantidad, podía llevarse un barquillo por cada jugada, si la suerte le sonreía. Los perdía todos si la ruleta se paraba en el “clavo”, uno de los cuatro tornillos que la sujetan. Cuando las necesidades apretaban, la picaresca hacía acto de presencia, así era práctica bastante extendida el que la ruleta estuviera trucada (clavos flojos o máquina desnivelada) para intentar engañar al comprador.
Estas bombonas solían ir adornadas con ilustraciones festivas o escudos e imágenes representativas de la ciudad. El juguete que mostramos, en cambio, se decora en la parte anterior por un medallón con la imagen de un niño tocado con un gorro frigio portando una barquillera a la espalda y en la posterior por una cinta anudada en un lazo con los colores de la bandera tricolor de la II República Española.
La figura del simpático y pícaro barquillero, vestido de chulapo, fue de uso muy popular hacia 1890, siendo representado en sainetes, zarzuelas, entremeses, etc. Recientemente ha sido recuperada en algunas ciudades como Madrid, proporcionando esa pincelada nostálgica y castiza en plazas, parques, ferias y verbenas. Llegó a ser una figura tan cotidiana en la sociedad como lo era el sereno, las cigarreras o cerilleras y las aguaderas.
Voceaba a los cuatro vientos las excelencias de sus barquillos con frases como:
¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena, son de coco y valen poco, son de menta y alimentan, de vainilla ¡qué maravilla!, y de limón, qué ricos, qué ricos que son!
¡Barquillas de canela y miel, que son buenos para la piel!
Esta pieza fue donada por Francisco González Santana en 1991.