La palabra acerico proviene del latín facius y no es más que una almohadilla donde se clavan alfileres y agujas, con objeto de tener estos objetos a mano, para que no se pierdan.
Emilia Pardo Bazán, en su cuento Primer Amor, no habla de los acericos de raso descoloridos que encontró la protagonista rebuscando en los cajones del dormitorio de su tía.
Estos alfileteros se hacían cortando dos trozos de tela simétricos de diferentes formas geométricas. Para ello se empleaba tela de lana, algodón o satén. Una vez cortados se cosían por tres lados y se les daba la vuelta para rellenarlos con algún material en el que fuera fácil clavar los alfileres, caso del serrín, paja o tela; a continuación, se cerraban. El alfiletero se decoraba bordando el trozo de tela en el que se clavaban los alfileres. En ocasiones se le ponía una cinta de raso o puntilla para decorar el borde. La decoración y la tela utilizada eran de gran valor artístico.
El acerico que exhibe el Museo como pieza del mes está fechado en 1900; se encuentra labrado en raso azul, bordado en varios colores y rematado el borde con puntilla.
Actualmente toda persona que cose o practica patchwork tiene en su mente los últimos modelos de complementos de costura, entre ellos el acerico, que adopta formas variadas, imitando aves, animales, flores y otros objetos, caracterizados algunos de ellos por su magnetismo.