Las gafas han sido el resultado de una gran evolución tecnológica a lo largo de la historia, desde la Antigua Civilización Egipcia hasta nuestros días. Y, como todo instrumento, ha tenido múltiples precursores durante este recorrido.
El predecesor más antiguo de las gafas es la Lente de Nimrud, de 3000 años de antigüedad. Es una pieza de cristal de roca, pulida, con la que los asirios observaban el cielo, a modo de telescopio. Apareció en Nimrud, en la antigua Mesopotamia.
En el s. I a. C. Séneca ya registró por escrito cómo las letras aumentaban de tamaño y se veían de una manera más clara mirando a través de un vaso de agua.
Roger Bacon, fraile franciscano inglés, citaba en su obra Opus Majus (1267) el hecho de que un segmento de cristal hace ver los objetos más grandes y que ello “debería ser útil para personas ancianas y que tienen la vista débil, pues pueden ver así las letras pequeñas con tamaño suficiente”.
Los expertos creen que los monjes y artesanos de Venecia fabricaron la primera forma de gafas entre 1285 y 1289.
En Europa, a partir del s. XIV, ya se fabricaban lentes para corregir defectos visuales como las lentes cóncavas para la miopía.
Con la invención de la imprenta, en el s. XV, se incrementó la demanda de gafas. Con una mayor disponibilidad de libros, más gente aprendió a leer, y se empezó a producir masivamente lentes baratas que se vendían en las calles, hechas de madera, cuero, hueso, a las que tenían acceso las clases medias y bajas. La clase alta optaba por modelos hechos a mano con oro y plata.
Desde el principio era un problema hacer que las lentes se mantuvieran en la cara hasta que al inglés Edgard Scarlell, hacia 1700, se le ocurrió ponerle un palito a cada lado que presionaban los lados de la cabeza. Esto era incómodo y 30 años después, se desarrolló la idea de alargar los brazos y curvar las puntas de atrás haciéndolas más cómodas.
Las gafas constituyeron un símbolo de categoría social en aquella época en la que todavía eran algo novedoso y, sobretodo, muy costoso. Curiosamente, en el s. XIX, cuando ya se habían convertido en un artículo relativamente común y su coste era bastante menos, por lo tanto más asequible, su uso pasó a considerarse particularmente inelegante, en especial entre las mujeres, que las guardaban en el bolso.
La que expone el Museo este mes es una gafa, de principios del siglo XX, con armadura de pasta, lentes circulares y patillas de muelle o de gusanillos extensibles y adaptables. Se acompaña de una funda de cuero negro labrada, con solapa y broche.
Fue donada al Museo por el oliventino Javier Píriz Quintas en el año 2013.