Las costumbres van cambiando, y cada vez más las nuevas tecnologías inundan nuestro día a día, relegando al olvido profesiones y oficios que antaño fueron esenciales.
El herrero era aquella persona que mediante su yunque y martillos elaboraba objetos de acero o hierro.
La tarea de la forja en casi todas las culturas ha tenido un sentido mágico que únicamente ha desaparecido con el transcurrir de los siglos. La raíz de estas creencias se puede encontrar en la utilización del fuego, cuyo carácter mágico y ritual es una constante desde los tiempos más ancestrales. El arte de la forja ha sido un oficio restringido únicamente a los hombres. Estos, entregados plenamente a su labor, pueden dominar con precisión sus instrumentos y fabricar objetos bellos y delicados. Los productos que se elaboran en hierro forjado son muy variados y diversificados, y comprenden: rejas, morillos, lámparas, candelabros, faroles, cabeceros de cama, etc.
Con anterioridad a la Revolución Industrial y a la fabricación en serie, el herrero era el encargado de fabricar los clavos para todo tipo de usos y oficios. Para fabricarlos utilizaba un instrumento llamado clavera, que consistía en una placa prismática de hierro con una serie de orificios cuadrados y circulares de distintos tamaños. Se colocaba haciendo coincidir el agujero escogido sobre el ojo del yunque. Una barra, con la punta ya forjada, atravesaba ambos orificios, y con golpes de martillo se conseguía expandir el hierro para conformar la cabeza del clavo o remache.
Esta pieza fue donada al Museo en diciembre de 2005 por D. Domingo Regalado Pinilla, de Badajoz