La crema dental tiene su origen en Egipto hace cuatro mil años. La mezcla, hecha con polvo de sal, pimienta, hojas de menta, piedra pómez pulverizada, iris y flores, era llamada clister. Para fabricarla se le añadía agua, uñas de buey, cáscara de huevo y mirra.
En el mundo mediterráneo la fórmula magistral de los romanos era: vinagre, miel, sal y cristal muy machacado. Antes los griegos utilizaban la orina humana, porque se consideraba que contenían elementos blanqueadores y preventivos para la caries.
Las tribus negras del Alto Nilo emplearon un peculiar dentífrico: las cenizas resultantes de la quema del excremento de vaca, con la que obtenían la reluciente blancura de sus dientes.
En el Renacimiento, la máxima gloria de la odontología en España fue el Licenciado Francisco Martínez Castrillo. En su juventud fue médico cirujano, soldado y sacerdote. Publicó Coloquio breve y compendioso sobre la maravillosa obra de la boca y materia de la dentadura (Valladolid, 1557).En ella cuenta cómo una señora que tenía muy afectada la boca por una piorrea acudió a varios doctores, sin encontrar mejoría a su dolencia. Ante semejante fracaso, un labrador le aconsejó que “tomase a las mañanas los orines”, obteniendo un óptimo resultado.
La mayoría de la población española, hasta bien entrado el siglo XX, no conocerá la pasta dental. El contexto higiénico-sanitario de los siglos anteriores estaba plagado de sarna, piojos, roña y enfermedades infecciosas de todo tipo.
En la década de los años 1940, la población rural española se limpiaba los dientes con una versión casera de la pasta dental. Consistía en mezclar tres partes de bicarbonato de sodio y una parte de sal.
La pasta de dientes infantil que exponemos como pieza del mes es de 1950 de la marca Denticlor “El Elefante Blanco”, de los Laboratorios A. Klaebisch de Barcelona.