Los diccionarios y fuentes literarias recogen el término quitasol para referirse al objeto que protege del sol. Así, María Moliner registra la voz sombrilla como utensilio de la forma de un paraguas, generalmente de telas de colores vivos y con dibujos usado para protegerse del sol. Incluso, en El Quijote, Cervantes no renuncia a la presencia de este objeto en uno de los episodios.
El origen de la sombrilla nos conduce a Oriente. Desde allí llegó a Europa probablemente a través de los jesuitas.
Independientemente de su carácter utilitario, la sombrilla se presenta como un objeto de destacado valor estético, ya que tanto la cubierta como el bastón requieren una cuidada elaboración en la que intervienen diversos y delicados materiales. Aunque en su origen el parasol fue usado por hombres y mujeres, a partir del s. XVIII se destina exclusivamente para uso femenino. Sin embargo, durante todo el siglo XIX se generaliza y se hace inseparable del traje al que acompaña, evolucionando de forma paralela.
Las normas de elegancia y del decoro a lo largo del s. XIX se ocuparon de regular el uso de la sombrilla. En el caso de hacer una visita, la sombrilla no se dejaba en la antecámara, mientras que los paraguas sí, aunque estuvieran secos.
Además de las normas de conducta debían tenerse presente otros aspectos asociados a la elegancia. La sombrilla debía elegirse de acuerdo al conjunto del traje y sobre todo seleccionar un color que sentara bien al rostro, sin olvidar la armonía entre este instrumento y el sombrero. Junto con el abanico y el pañuelo, la sombrilla contó con su propio lenguaje: todo un código gestual, expresión de distintos estados del alma e instrumento al servicio de la seducción más atrevida.
A partir de los grabados de moda de principios del s. XIX se puede seguir la evolución de la sombrilla; las hubo pequeñas y grandes, con mangos cortos y largos, con fondo ocultando la estructura, con encajes, volantes, fruncidos, pasamanerías, plumas, etc.
En 1910 la moda impuso sombreros grandes, y aunque su uso no perjudicó el triunfo de la sombrilla, fue necesario modificar su forma para que no deterioraran los tocados. A partir de esta fecha se observa una notable influencia oriental en los parasoles, caso de la cubierta plana, bastante más práctica. Poco a poco esta tipología se impone y los mangos se acortan. Sombrillas de algodón, en cretona estampada de vivos colores resultaron las más vistosas durante la década de los años veinte. A este período pertenece la que el Museo exhibe este mes. Consta de 16 varillas cubiertas por tejido de algodón con estampado de flores en tonos malva, rosa y granate. El bastón se remata en una empuñadura con motivos vegetales tallados. Procede de la localidad cacereña de Monroy.