Su etimología deriva del latín balneum. Además de bañera, se la conoce con otros nombres como bañadera o tina.
Fue objeto de uso tanto en el lejano y medio Oriente como en la Grecia Clásica. Las bañeras individuales más antiguas son fechadas en Babilonia, hacia el 1800 a. C. En Europa, los palacios micénicos revelan la existencia de estancias, donde los héroes, antes de comer, toman un relajado baño en mencionado útil, mientras los sirvientes rocían su espalda con agua caliente. No obstante, digamos que en Occidente su uso no se extiende hasta bien avanzado el siglo XVIII. Frecuente era empolvarse los cabellos en lugar de lavarlos, pues existía la creencia de que bañarse mucho resultaba dañino.
Algunas bañeras han pasado a ser famosas, caso de la de Arquímedes, que parece ser le permitió enunciar el principio que lleva su nombre, la de Cleopatra o la de Marat, donde éste se sumergía para aplacar su enfermedad de piel y en la que murió apuñalado.
La bañera que expone el Museo como pieza del mes perteneció a la familia González Díaz; está realizada en cinc y es de grandes proporciones por lo que se movía mediante unas ruedas de madera.
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