El Bautismo es el primer sacramento de la Iglesia y tiene como material fundamental el agua. Según Jesucristo, nadie puede entrar en el reino de los cielos si no renace del agua y del Espíritu Santo.
Tres han sido las maneras de bautizar: por inmersión, introduciendo en el agua el cuerpo de la persona, quien bajaba por unas escaleras y subía por otras, como ocurría en la iglesia visigoda de Valdecebadal, próxima a San Francisco de Olivenza; por aspersión, arrojando el agua sobre el cuerpo; por infusión, vertiendo el líquido cristalino sobre la cabeza. A ello se acompaña la invocación a la Santísima Trinidad por parte del sacerdote.
Con el paso de los años se hizo habitual bautizar a los recién nacidos ante el elevado índice de mortalidad infantil. Para ello se presentaban en la Iglesia vestidos con un faldón bautismal, ejecutado por abuelas o madres, que solía pasar de generación en generación. Muchos de los bautizados solían portar, junto al faldón, reliquias, rosarios, los Santos Evangelios o amuletos para protegerlos. Tras recibir el Sacramento, dichas piezas se colocaban en su capazo y cuna.
El faldón que se exhibe como pieza del mes está fechado hacia principios del siglo XX y se caracteriza por la riqueza de materiales utilizados: seda y encaje de Chantilly.