El oficio de zapatero es casi tan antiguo como la humanidad puesto que, aunque entonces no se consideraba como tal. Se originó cuando la necesidad llevó al ingenio humano a crear una protección para los pies.
Dentro de los avances que se produjeron durante la Edad de Piedra encontramos que, la confección del calzado, de manera muy rudimentaria, era una labor que desempeñaban las mujeres. Posteriormente, conforme evolucionaba la civilización, dentro de cada clan se produjo una división de los trabajos que conduciría a la especialización que podemos considerar como oficios.
Es en la Edad Media, alrededor de los siglos X y XI, cuando se produce un cambio decisivo en la historia del oficio: los zapateros se agruparon en cofradías que velaban por sus intereses. Al igual que otros trabajadores se congregaban en la misma zona e instalaban sus talleres en calles secundarias próximas al centro de la ciudad. Testimonio de ello es la pervivencia, en muchas ciudades modernas, de calles que aún siguen siendo nombradas según el trabajo que en ellas se realizaban: zapateros, herreros, carniceros….
Tras la transformación de las cofradías en los gremios medievales, a finales del siglo XI, se documenta una férrea organización de los talleres que se regían mediante una normativa muy estricta. Los maestros zapateros urbanos llegaron a tener una vida bastante opulenta, mientras que los más pobres se agrupaban en zonas rurales confeccionando calzado sencillo para los campesinos. También existían los zapateros ambulantes que llevaban el taller consigo trasladándose entre distintos núcleos rurales.
A mediados del siglo XIX la industrialización de los procesos de producción de calzado, gracias a la nueva maquinaria, fue eminente y los zapateros artesanos casi quedaron relegados a la categoría de “zapateros remendones” o de reparación de calzado usado.
Los zapateros que actualmente trabajan en talleres tradicionales, cortan, clavetean y cosen los zapatos con procedimientos casi idénticos a los de sus predecesores hace 2000 años, y sus herramientas tampoco se diferencian de las que observamos en antiguas representaciones.
Dentro del grupo de herramientas figura la de los yunques, entre las que hay una variedad con la forma de la puntera llamada talochero. El Museo expone este mes uno de ellos. Se trata de un pequeño yunque de hierro fundido, en forma de C por lo que también recibe el nombre de cuello de cisne. Tiene dos profundos surcos en cada costado y el extremo rematado en una puntera. Está clavado en una alta pieza de madera, troncocónica, con una base cuadrada; ésta se refuerza con dos arandelas de hierro en ambos extremos. Lo usaba el zapatero situándolo entre las rodillas.