Las lámparas de carburo, el candil y el quinqué, eran los tres objetos más utilizados a principios del siglo XX para iluminarse en las zonas rurales. Utilizaban diferentes materias primas para producir luz: carburo, aceite y petróleo.
La lámpara de carburo utilizaba el carburo de calcio, sustancia sólida de color grisáceo que tiene una reacción exotérmica con el agua, dando cal apagada y acetileno. Todas las lámparas de carburo poseen un recipiente para almacenar el agua en su parte superior, que mide y modifica su goteo por medio de una llave reguladora o inyector. En la parte inferior, tienen un depósito para colocar el carburo, sobre el cual cae la gota de agua y donde se crea el gas acetileno. Desde este depósito, un conducto conecta con la boquilla quemadora, la cual se encuentra situada en el exterior de la lámpara. En su extremo se produce la flama brillante. Al principio, fue empleada en la minería, y difundiéndose también en otras actividades como la espeleología. La lámpara de carburo se convirtió en el artefacto ideal para la iluminación autónoma en grutas, ofreciendo una gran potencia luminosa a un muy bajo costo y convirtiéndose en la iluminación principal para espeleólogos.
En Olivenza se utilizó para iluminar casas y cortijos hasta bien entrado el siglo XX. Las personas mayores, entre setenta y ochenta años de edad, todavía recuerdan lo mal que olía cuando se apagaba. A ellos les vienen a la memoria el candil, la lámpara de carburo y el quinqué como los objetos que daban luz en la casa cuando eran niños. Fueron los más populares en las zonas rurales. Al llegar la electricidad, la bombilla desplazaría estos artefactos, que pasaron a desvanes y trasteros de donde hoy los recuperamos para hablar de la evolución de la luz artificial en los hogares.
En esta ocasión exponemos como pieza del mes un modelo de lámpara de carburo algo diferente al modelo común, con dos brazos. Daba mayor iluminación y solía utilizarse en los cortijos.