El culto al falo ha ido unido a la fertilidad de la mujer y de la naturaleza. Su veneración ha sido compartida por diferentes culturas como la hindú, egipcia, griega o romana.
En la civilización latina se adoró como la personificación del dios Fascinus, hijo de Baco, a quien se representaba con su descomunal falo. Por este motivo, a estos amuletos se les denominó Fascinum, siendo frecuente que los niños los portasen para prevenir los maleficios; su uso también estuvo muy extendido entre mujeres embarazadas, soldados y generales romanos, con objeto de protegerlos de la envidia, del mal de ojo.
El significado del falo en un amuleto se puede basar en el carácter protector y viril que tenía y tiene el falo, característica que habría significado en la Antigüedad la capacidad de la fuerza viril del pene para hacer frente al mal de ojo de manera simbólica. Otra interpretación considera que el pene era una imagen que por su carácter impúdico apartaba la mirada del fascinador de los ojos de la víctima, neutralizándose el efecto y recogiendo el amuleto protector los efectos negativos del mal de ojos.
Eran objetos de diferentes formas, tamaño y material; normalmente eran de pequeña dimensión para llevarlos colgados al cuello. También solían ubicarse, aunque ya eran de mayor volumen, sobre elementos arquitectónicos: murallas, puentes, acueductos…
Su uso fue muy popular y su desaparición se une a la presencia del cristianismo.
El que se presenta está realizado en bronce, metal más usado para este tipo de piezas por su bajo coste económico, lo que permitió su uso generalizado entre la población. Según la clasificación de Javier del Hoyo y de Ana Mª Vázquez (1996), pertenece al tipo VI A, 2.1, es decir, es un falo curvo simple de perfil, de 4,2 cm. de longitud, con indicación de glande y testículos y anilla de suspensión circular.
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