Las planchadoras aprendían el oficio de sus madres o familiares, por observación y la necesaria práctica.
La herramienta de trabajo básica utilizada por estas mujeres era la plancha, que hasta mediados los años cincuenta del siglo XX, en que fueron sustituidas por las eléctricas, eran de hierro fundido.
Había además otros utensilios para los cuellos o pecheras de las camisas, volantes, enaguas o cualquier prenda previamente almidonada. Como las planchas, estos utensilios también se calentaban al fuego y tenían formas diversas según lo que se fuera a planchar, pero las más representativas son las tenacillas o pinzas de encañonar. Se trata de una especie de tijeras de acero cuyos extremos terminan en dos o más vástagos cilíndricos, de modo que al sujetar el borde de la tela entre ellos y cerrarlos, queda plegada. Pueden tener diferentes largos y grosores para efectuar rizos en distintos tamaños.
Su empleo se extendió en el siglo pasado entre las llamadas planchadoras de blanco, que las utilizaban para encañonar las puntillas almidonadas de los vestidos de bautizar o de comunión.
En la actualidad es muy difícil encontrarlas debido a su escasa demanda motivada por la casi desaparición de las planchadoras que las utilizaban, por lo que es preciso encargarlas a medida a un herrero si se quiere disponer de ellas.